De X a Z: Protestar, pero con rumbo
Escribo a mis amables lectores de la llamada generación Z, bajo cuyo nombre se agrupó a quienes hoy se manifestaron en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Si las imágenes que circulan hoy en redes sociales sobre la protesta contra la violencia que asola el país —y, más concretamente, contra el gobierno de Claudia Sheinbaum— llamaron tu atención, aquí van algunas reflexiones de alguien que ha visto pasar ya algunas generaciones de jóvenes marchando en el Zócalo, y que, por ello, no se sorprende con facilidad ante la actual.
Escribo a mis amables lectores de la llamada generación Z.
1. No te fíes de los líderes del “movimiento”.
Muchos, ya lo verás, terminarán en la nómina del gobierno, de este o de alguno futuro. Ahí está el caso de Antonio Attolini, o el de Pablo Gómez —hoy coordinador de la infame mesa de estudios para la contrarreforma electoral—, ejemplos conspicuos de rebeldías juveniles petrificadas en burocracias grises. La historia latinoamericana está llena de trayectorias similares.
2. Protestar “contra la violencia” no tiene sentido.
Debe protestarse contra quienes la ejercen: esa masa amorfa que llamamos “criminalidad”. Pero pedirle algo a quien ya decidió matar, robar o violar no me parece que sea el mejor mecanismo de disuasión. La protesta, si quiere ser efectiva, debe apuntar hacia quienes sí están obligados a actuar.
Pedirle algo a quien ya decidió matar, robar o violar rara vez funcionará como mecanismo de disuasión.
3. La protesta debe dirigirse al gobierno.
Por su abandono de responsabilidades, negligencia, cinismo e —incluso— cobardía. Es al gobierno de Sheinbaum a quien debe exigírsele un plan de acción que, al menos, intente neutralizar a las grandes bandas criminales y a la multitud de rateros de poca monta que hoy aterran las calles, robando a diestra y siniestra en total impunidad.
4. El crimen es un wicked problem.
No tiene solución definitiva. Pero eso no es excusa para cruzarse de brazos: implica definir estrategias que mitiguen sus peores expresiones. Esto —una estrategia mínima, racional, sostenida— es lo que debe exigírsele al gobierno. Y no es mucho pedir.
La protesta debe dirigirse al gobierno por su abandono de responsabilidades, negligencia, y cobardía.
5. Las protestas, por sí solas, rara vez transforman nada.
Pueden abrir conversaciones o marcar momentos simbólicos, pero los cambios de fondo suelen ocurrir dentro —o a través— de organizaciones partidistas. No hagas caso a quienes pregonan una democracia sin partidos: no existe ni existirá. En algunos países —como en Chile tras las movilizaciones estudiantiles de 2011— parte de los movimientos juveniles vibrantes terminaron institucionalizándose: varios de sus líderes se incorporaron a partidos políticos, lo que les dio influencia, pero también los sometió a las limitaciones propias de la política formal.
En México, las vías de participación fuera del partido oficial, Morena, se han estrechado considerablemente. Desde el propio gobierno se maniobra ahora mismo para debilitar aún más a la oposición. Ante eso, también debes protestar.
El gobierno de Morena maniobra para debilitar a la oposición. Ante eso, también debes protestar.
6. Aléjate de los violentos.
No caigas en provocaciones. Los encapuchados que acuden como hienas a estos eventos son delincuentes, verdaderos enemigos de la causa que defiendes. Ni todo el oro del mundo vale tu integridad física. Mantente lejos de la violencia.
7. No te conviertas en el tonto útil de nadie.
En estos espacios todos quieren llevar agua a su molino. Procura no terminar sirviendo a causas ajenas a tus convicciones iniciales.
Mantente lejos de la violencia.
8. Protesta contra el gobierno, sí —pero no para abolirlo.
Tu exigencia debe ser que cumpla lo que la Constitución le impone: hacer cumplir la ley. Escucharás voces que, como en Argentina en 2001, gritarán “que se vayan todos”. Grave error. Abolir al gobierno o a los partidos abre la puerta al autoritarismo, al militarismo o a la simple barbarie. Buena parte de la regresión democrática que vive México bajo el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador se explica precisamente por la erosión del sistema de partidos.
Querido lector Z: no te engañes. Puedes despreciar a este gobierno o a estos partidos, pero, en el fondo, lo que te duele es su ineficacia, su incapacidad y su falta de decisión para hacer lo que tienen que hacer. En el fondo —muy en el fondo— lo que exiges es algo muy sencillo: autoridad democrática y Estado de derecho.



