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Transición democrática mexicana: ¿y dónde estaba el pueblo?

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Transición democrática mexicana: ¿y dónde estaba el pueblo?

Aclaro que nunca me he sentido cómodo con la palabra “pueblo”. Me parece anticuada en academia y tramposa en boca de políticos. Pero henos aquí, en pleno siglo veintiuno y la palabreja sigue viva y coleando. Sin ir más lejos, en México el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se llena la boca de “pueblo” cada mañana en su conferencia matutina. “El pueblo esto”, “El pueblo aquello”. Tiene gracia que hable tanto de pueblo pero que ignore, minimice, o de plano niegue la existencia de la transición democrática mexicana (1977-1996) llevada a lomos del tan traído y llevado pueblo mexicano. En efecto, da la impresión que este gobierno busca enterrar en el discurso y en los hechos la transición democrática. En el discurso al hacerle el vacío. En los hechos a través de una reforma electoral que busca eliminar al Instituto Nacional Electoral (INE). Pero vayamos por partes.

AMLO ignora, minimiza, o de plano niega la existencia de la transición democrática mexicana (1977-1996).

De acuerdo al politólogo ya fallecido Guillermo O’Donnell, en toda transición hay un momento que él llama “levantamiento popular”. Así lo explica en su clásico estudio “Transitions from Authoritarian Rule“: “sindicatos, movimientos de base, grupos religiosos, intelectuales, artistas, clérigos, defensores de los derechos humanos y asociaciones profesionales, todos apoyan sus respectivos esfuerzos hacia la democratización y se fusionan en un todo mayor que se identifica a sí mismo como ‘el pueblo”.  Cabe señalar, sin embargo, que O’Donnell advierte que que “cuanto más corta y sorpresiva sea la transición de un régimen autoritario, mayor será la probabilidad de un levantamiento popular que produzca un impacto duradero en el resultado de la transición.”

En toda transición hay un “levantamiento popular.”

Como lo he comentado antes, la transición mexicana es sui generis en el hecho de haber sido muy prolongada y resultado de negociaciones parlamentarias que dieron casi por accidente con una democracia. Sería injusto, sin embargo, decir que la democracia mexicana fue sólo fruto de arreglos entre élites políticas. Hubo pueblo y mucho. Incluso hubo gente que, a sabiendas o no, dio la vida por la transición. Lo que quiero decir es que, dada la naturaleza prolongada de la transición mexicana, no es posible señalar con nitidez un sólo momento en donde el pueblo se echara a la calle para exigir la democratización del país, como sí sucedió por ejemplo en Portugal durante la Revolución de los Claveles de 1974.

Sería injusto, sin embargo, decir que la democracia mexicana fue sólo fruto de arreglos entre élites políticas. Hubo pueblo y mucho.

Existen, sin embargo, dos levantamientos populares que son clave antes y durante la transición que están íntimamente conectados con la transición mexicana. El primero es el movimiento estudiantil de 1968, y el segundo la reacción ciudadana posterior a los sismos de 1985 en Ciudad de México. Aclaro, sin embargo, que ninguno de ellos fueron movimientos que expresamente lucharan por la democracia, sino más bien impulsaron la democratización del país de forma indirecta.

Dos levantamientos populares en 1968 y 1985 fueron clave para transición mexicana.

Respecto al movimiento de 1968, uno de sus dirigentes, Luis González de Alba, señala en su texto “La fiesta y la tragedia” que el verdadero objetivo del movimiento no era empezar una transición democrática, menos aún una revolución. Su objetivo era más sencillo y a la vez profundo: “Y un día mandamos todo al carajo. No por Marx, sino por Reich. Fue una fiesta, una explosión luego de 50 años de buen comportamiento. De Vallejo y Campa apenas ayer habíamos oído hablar, pero qué divertida era la fiesta, las calles hechas nuestras, el carnaval, la pereza, el tráfico detenido, el desmadre, la súbita hermandad entre desconocidos, la siempre ajena ciudad ahora apropiada, la seguridad y la protección cálida proporcionada por la solidaridad que nos envolvía.”

El verdadero objetivo del movimiento estudiantil de 1968 no era empezar una transición democrática, menos aún una revolución.

Y aunque el movimiento estudiantil de 1968 no inició ninguna transición (fue de hecho brutalmente reprimido) sí plantó algunas semillas que con el tiempo dieron origen a la transición democrática. Para ser precisos, el movimiento convenció a algunos de sus participantes de unirse a la lucha armada y a grupos guerrilleros que marcaron la década de los setentas. Lo extendido de la actividad insurgente fue una de las razones por las cuales el hegemónico Partido Revolucionario Institucional (PRI) optó por una apertura política en 1977 al aprobar la Ley de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LOPPE). La LOPPE legalizó al Partido Comunista Mexicano (PCM) y facilitó la entrada de la oposición al Congreso al crear la figura de los diputados de partido electos por el principio de representación proporcional. La LOPPE también fue un antecedente de la ley de amnistía de 1978 que permitió a muchos dejar la clandestinidad y entrar a la política institucional.

Pero el 68 sí plantó algunas semillas que con el tiempo dieron origen a la transición democrática.

Es el mismo Luis González de Alba quien señala que el sentimiento de “hermandad entre desconocidos” se vivió otra vez en 1985: “Algo así volvió a ocurrir tras el temblor del 85: todos éramos uno, que es el sentimiento oceánico y orgiástico de la fiesta en su sentido religioso, del carnaval y de la unión sin límite entre el yo y el mundo exterior, unión que es, precisamente, la función del orgasmo.” El sismo de 1985 tuvo enormes efectos en la vida del país. Respecto a su capital, la gran Ciudad de México, le cambió su fisonomía al derribar edificios emblemáticos como el Hospital Juárez y el Hotel Regis. También, y como no podía ser de otra forma, tuvo efectos en política. La lenta y torpe reacción del gobierno federal de Miguel de la Madrid (1982-1988) fomentó el despertar de una sociedad civil y su organización en ONGs y grupos vecinales. Tres años después en 1988, De la Madrid y el PRI pagarían el costo electoral de su torpeza cuando en las elecciones presidenciales de aquel año el porcentaje oficial de votos del PRI bajó del 60 al 50 por ciento.

El sentimiento de “hermandad entre desconocidos” volvió a ocurrir tras los sismos de Ciudad de México de 1985.

El resultado de la elección de 1988 dio como resultado protestas poselectorales que, sin embargo, yo dudaría de calificarlas de “levantamiento popular”. Estas protestas eran específicas para una elección y en apoyo a un candidato, Cuauhtémoc Cárdenas en este caso. Lo de 1988 no fue un movimiento transversal social y políticamente como sí lo fueron el movimiento de 1968 y la reacción ciudadana de 1985. Las protestas poselectorales en los años posteriores, sin embargo, sí fueron fundamentales para hacer avanzar la transición democrática durante la década de los noventas. Lo señala Caroline Beer en su libro “Institutional Change and Electoral Competition in Mexico”: la transición democrática mexicana es “una serie de iteraciones constantes de fraude electoral, protesta callejeras por parte de la oposición, y reforma electoral.” A cada iteración, la disputa entre el PRI-gobierno y la oposición era la autonomía de las autoridades electorales respecto al ejecutivo, misma que fue otorgada en abonos en las reforma electorales de 1986, 1989–1990, 1993, 1994, y finalmente con la reforma definitiva de 1996 que otorgó plena autonomía al INE.

Las protestas poselectorales en los años noventas fueron fundamentales para hacer avanzar la transición democrática al otorgar autonomía al INE respecto al ejecutivo.

Yo describiría pues estas protestas poselectorales como una forma de levantamiento popular a fuego lento que poco a poco implantaron la democracia en el país. Recordemos que los procesos de democratización no necesariamente surgen de forma espectacular como es el caso de México entre 1977 y 1996. Lo mismo se puede decir de los retrocesos democráticos: pueden suceder paso a paso, casi sin darnos cuenta como sucede hoy en México, cuya democracia pende de un hilo.

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