La revuelta de Zedillo

Sobre la reaparición del expresidente Zedillo en la escena, me quedo con dos reflexiones y una suspicacia. Primero, que más vale tarde que nunca. Segundo, que los mexicanos somos desmemoriados —si no es que ignorantes— de nuestro pasado político reciente. Y finalmente, me pregunto si Zedillo carga con mala conciencia por haber dejado correr el huevo de la serpiente en el año 2000, cuando consintió que López Obrador compitiera por la alcaldía del entonces Distrito Federal, a pesar de no cumplir con los requisitos legales de residencia.
Los mexicanos somos desmemoriados —si no es que ignorantes— de nuestro pasado político reciente.
Sobre el primer punto, vale decir que, en el caso de Zedillo (y de muchos otros actores), su silencio ante la destrucción de instituciones durante los años de Morena ha sido rayano en la complicidad. No hacía falta ser muy suspicaz para anticipar lo que se nos venía encima. Ya desde 2000 era evidente que López Obrador no era un demócrata, que no jugaba limpio, y que lo suyo era torcer la ley para salirse con la suya. En el fondo, la pluralidad política no lo convencía. Lo suyo era sostener una verdad y un pensamiento únicos, supuestamente superiores en lo moral. Y no consideraba a sus adversarios como legítimos representantes de la voluntad popular, sino como enemigos históricos a vencer.
Ya desde 2000 era evidente que López Obrador no era un demócrata.
Muchos quisieron ver en López una especie de socialista moderno. Incluso imaginaron en él a un potencial líder con sensibilidad social que, ya en el poder, se pondría serio. Ignoro si ese fue el caso de Zedillo. Lo que sí es claro es que, muy pronto, López desengañó a aquellos inocentes que pensaron que se iba a moderar con la investidura presidencial. Fue todo lo contrario. Y ahí muchos decidieron callar, Zedillo incluido. Hoy suelta la voz de alarma sobre nuestra moribunda democracia y dice que fue asesinada. Tiene toda la razón, pero mucho me temo que esto es, como se dice en inglés, “too little, too late”; en español, poco y tarde. El daño está hecho. El régimen democrático de entre siglos fue desmontado y herido de muerte. Que sirva de lección para los mexicanos del mañana: la democracia se debe defender cuando se ve en riesgo, no a toro pasado. Pero bueno, nunca es tarde para decir la verdad… aunque ya nadie tenga el poder de evitar sus consecuencias.
El régimen democrático de entre siglos fue desmontado y herido de muerte.
Respecto a mi segunda reflexión, muchos —tanto enemigos como amigos del expresidente Zedillo— le atribuyen un papel decisivo en la democratización del país. Este es un error de origen, pues ya en el año 2000 muchos lo señalaban como el “partero de la democracia”. Falso. La democracia mexicana fue huérfana de padre y madre; llegó, como he dicho antes, más por serendipia que por otra cosa. El contexto internacional fue fundamental (como lo es ahora para la erosión de nuestra democracia). Zedillo, en muchas instancias, hizo de la necesidad virtud, y se le ha adjudicado un protagonismo exagerado en esa transición. Lo mismo con Fox, como si un solo hombre pudiera ser el paladín de la historia.
Ya he señalado que esa versión de la historia es errónea. Y tiene gracia además que tanto la izquierda populista como la derecha demócrata en México la repitan.
No, señores: la transición democrática en México comienza en 1977 con la aprobación de la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LOPPE). ¿Cuál fue el motivo del PRI hegemónico para aprobar una ley que, en los hechos, le abría la puerta del Congreso a la oposición? La respuesta: dotarse de una hoja de parra democrática para esconder la desnudez de su autoritarismo. La transición, como ya he señalado, culmina en 1996 con la llamada “reforma definitiva”, que otorgó total autonomía a las autoridades electorales —el Instituto Nacional Electoral (INE) y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF)— respecto al Ejecutivo.
La transición democrática en México comienza en 1977 y culmina en 1996.
Existe una gran ignorancia y desinformación sobre la transición democrática mexicana, pero también un deliberado silenciamiento o distorsión por parte de allegados al gobierno, que niegan de plano la existencia de esa transición. Un claro ejemplo es John Ackerman, quien en 2015 escribió un libro titulado “El mito de la transición democrática“, en el que desvirtúa los hechos para ajustarlos a su propia narrativa. Así que, sea por ignorancia, mala fe o simple desinformación, los mexicanos sabemos poco o nada sobre nuestro pasado reciente. En ese contexto, poco se puede hacer para detener la captura y destrucción de las instituciones que nos dimos y que crearon una democracia en México a fines del siglo XX.
Existe una gran ignorancia y desinformación sobre la transición democrática mexicana.
Finalmente, comparto mi suspicacia: ¿será que Zedillo trae mala conciencia por haber, sin querer queriendo, impulsado a AMLO en su carrera política? ¿Será que, tal vez, como en la metáfora del huevo de la serpiente, ahora Zedillo se da de topes con la pared, repitiéndose una y otra vez “¿por qué lo hice?”? Si fuera así, que no lo sé, su reaparición en la vida pública del país tendría pleno sentido.
¿Será que Zedillo trae mala conciencia por haber, sin querer queriendo, impulsado a AMLO en su carrera política?
En efecto, Zedillo carga con la responsabilidad de no haber aplicado la ley cuando era necesario. Me refiero claramente a haber impedido que López se registrara como candidato a jefe de gobierno del entonces Distrito Federal, lo cual logró tras torcer la ley y amedrentar a sus compañeros del PRD e incluso a sus adversarios. Ahí, Zedillo tomó la decisión equivocada de entrar en la politiquería y negociar la inclusión de López en la boleta, una inclusión ilegal. Vale la pena citar aquí a Ikram Antaki, en un texto ya legendario publicado en aquellos días, titulado “El Bárbaro y los cobardes”: “¿Por qué los demás lo dejaron competir? Por cobardía. Las instancias legales y sus propios adversarios políticos aceptaron la violación de la ley como acto fundador de la contienda. ¿Por qué? Por miedo al número, de la misma manera en que se legalizaban las ocupaciones de tierras por parte de los paracaidistas, doblando la ley ante el estado de hecho.”
Zedillo carga con la responsabilidad de no haber aplicado la ley cuando era necesario.
En estos días, al ex presidente Zedillo se le han proferido todo tipo de insultos e injurias. Incluso se han cruzado líneas rojas, como acusarlo de genocidio, una palabra que en México usamos con pasmosa liberalidad, producto de nuestra miseria educativa. Yo no voy a insultar al presidente, ni mucho menos. Sin embargo, pienso que quizá en su fuero interno podría sentir pesar por lo que Antaki señala como “cobardía”. No lo llamaré cobarde, no es mi estilo ni mis formas. Quiero ser generoso con él y asumir que no fue un acto de cobardía, pero al mismo tiempo señalaré que su cálculo político fue desastroso. Jugó con fuego, y perdió; y con él, todos los mexicanos. En última instancia, el huevo de la serpiente, efectivamente, acaba incubando monstruos.