Gazmoñería
Presentarse como un ciudadano común y corriente sin dinero es práctica común entre políticos de Latinoamérica. Ejemplos emblemáticos son el ex presidente de Uruguay, José Mujica (2010-2015), y el actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Incluso se puede decir de ellos que han creado escuela. Así parece confirmarlo el presidente electo de Chile, Gabriel Boric, quien en conversación con Mujica le expresó que “somos parte de tu semilla”. El escritor mexicano Luis González de Alba señalaba de AMLO que su sencillez es una estrategia de comunicación, cuyo objetivo es hacer olvidar a algunos “que es una autoridad y un poderoso cuando lo oyen hablar contra las autoridades y contra los poderosos” (AMLO. La construcción de un liderazgo fascinante. 2007, 139). Hacer olvidar a la gente el hecho elemental de que los políticos tienen poder les otorga a éstos dos ventajas. Primeramente les brinda un subterfugio con el cual justificar sus fiascos administrativos. En segundo lugar, les permite montar una campaña perpetua contra sus adversarios, reales o imaginarios. Volveremos sobre estos dos puntos, pero antes una mirada más cercana a los tres ejemplos mencionados.
Presentarse como un ciudadano común y corriente sin dinero es práctica común entre políticos de Latinoamérica, la cual les ofrece ciertas ventajas.
Empecemos con Mujica, a quien en su momento se le llamó “el presidente más pobre del mundo”, un título que llevaba a orgullo dejándose fotografiar al volante de su icónico Volkswagen azul como prueba fehaciente de su austeridad. Algo similar hizo AMLO cuando fue alcalde de Ciudad de México (2000-2005). En el caso del mexicano no se trataba de un Volkswagen sino de un Nissan Tsuru blanco con el que se dejaba ver recorriendo las calles de la capital (nota personal: la única vez que le he visto en persona fue montado en ese Tsuru sobre Avenida Juárez a la altura del Palacio de Bellas Artes, sería el año 2004, cruzamos miradas, levanté el pulgar en señal de saludo, él hizo lo mismo y nos sonreímos, entonces caía simpático, nada que ver con el hombre de gesto adusto de hoy al que los años y las batallas políticas han ajado). Existe, sin embargo, una diferencia significativa entre Mujica y AMLO: el primero mostraba su austeridad, el segundo su pobreza. En efecto, dice no tener cuentas bancarias, haber heredado ya en vida todas sus posesiones a sus hijos, y que sólo carga con 200 pesos en la cartera (unos 15 dólares). Respecto a Boric es muy temprano para formarnos una idea de su estilo en el poder, pero pareciera que va por una línea similar aunque con un matiz importante: lo suyo quizá no es tanto la austeridad sino pasar como un tipo común y corriente, un chileno tan normal que igual te lo encuentras en un bar que en un café que en la cola del banco.
Hay un diferencia entre Mujica y AMLO: el primero mostraba su austeridad, el segundo su pobreza. Boric va por una línea similar.
La pregunta es si a estos políticos les reditúa electoralmente esta estrategia de comunicación. Difícil dar una respuesta única y para todos. En el caso de AMLO, con el cual estoy naturalmente más familiarizado, la respuesta parece ser afirmativa. Un sector importante de mexicanos le apoya precisamente por su mensaje de austeridad, del cual por cierto se ha valido para justificar recortes presupuestales en todos los ámbitos de la administración pública. “Austeridad republicana” le llama él, en lo que ya es otra de sus muchas aportaciones a la fraseología del español mexicano, sirviendo para señalar cuando uno no tiene para llegar a fin de mes. Hay, sin embargo, también que ver el contexto en el que el mensaje de austeridad de AMLO cundió en el electorado mexicano: fue en el sexenio anterior del ex presidente Enrique Peña Nieto (2012-2018), que estuvo marcado por graves casos de corrupción y un estilo frívolo de ejercer el poder. Bajo otras circunstancias las cosas quizás hubieran sido distintas. Pienso aquí en el ex presidente Felipe Calderón (2006-2012), quien sin caer en falsas modestias llevó una vida sin lujos durante sus años en el gobierno.
Un sector importante de mexicanos apoya a AMLO precisamente por su mensaje de austeridad, pero el contexto es importante: su mensaje cundió en el sexenio del ex presidente Enrique Peña Nieto, marcado por casos de corrupción.
Pero ninguna estrategia de comunicación, por más efectiva que sea, está exenta de riesgos. Lo cierto es que enfatizar la propia sencillez expone a los políticos a las críticas y les abre flancos débiles que sus adversarios pueden explotar. En el último año de su gobierno Mujica fue criticado por dejar un déficit fiscal de alrededor de 3.5% del PIB en rojo, cayendo así en contradicción con su austeridad personal. En el caso de AMLO, ya van varias las veces que su hijo mayor le saca los colores al ser exhibido por cámaras indiscretas de llevar una vida distinta a la austeridad que predica su padre. De forma similar, en su primer entrevista como presidente electo, Boric fue criticado por mantener el cargo de primera dama para su pareja, siendo que en campaña había prometido abolirlo.
Ninguna estrategia de comunicación, por más efectiva que sea, está exenta de riesgos. Lo cierto es que enfatizar la propia sencillez expone a los políticos a las críticas y les abre flancos débiles.
Pareciera, sin embargo, que los políticos toman estos riegos porque su gazmoñería les ofrece ventajas más allá de lo electoral. Al mimetizarse como ciudadanos de a pie, logran evadir en cierto grado algunas de sus responsabilidades. También les permite volver al rol de candidatos y líderes sociales que siempre resultan más fáciles que los de jefe de Estado y de gobierno. El resultado es que la tarea de gobernar deja de ser un asunto técnico para transformarse en un quehacer puramente político, donde los resultados materiales pasan a segundo plano. Lo hemos visto en México. En este escenario lo que importaría son las intenciones y estar del lado de los ciudadanos, mal que materialmente les vaya peor a éstos. Se termina pues en una campaña permanente para demostrar quién es más cercano a la gente, y una batalla discursiva diaria por el control de la narrativa.
La gazmoñería ofrece ventajas más allá de lo electoral a los políticos.
Como ciudadanos lo que hay que saber es que los políticos no son gente común y corriente. Que están donde están por ambición y por gustar del poder. Saber también que están dispuestos a hacer cualquier numerito para no perderlo.