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Para atrás, ¿pero hacia dónde?

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Para atrás, ¿pero hacia dónde?

Decir que México vive un proceso de regresión democrática es a estas alturas una verdad de perogrullo. Lo que no sabemos todavía, sin embargo, es hacia qué tipo de autoritarismo nos dirigimos. Alternativas hay. Una es volver a un régimen de partido hegemónico como el PRI en el siglo veinte; otra es degenerar en un régimen personalista en que López Obrador se eriga en el “Jefe Máximo de la Cuarta Transformación”; y otra es caer en un régimen cívico-militar en donde el ejército ya no sólo haga de patrulla fronteriza y constructora de aeropuertos sino invada otros ámbitos de la vida civil.

Decir que México vive un proceso de regresión democrática es a estas alturas una verdad de perogrullo. Lo que no sabemos todavía, sin embargo, es hacia qué tipo de autoritarismo nos dirigimos.

Antes de llegar a estos escenarios, sin embargo, habremos de transitar por un régimen híbrido que combine ciertos rasgos democráticos con expresiones autoritarias. Lucan Way, profesor de la Universidad de Toronto y especialista en procesos de regresión democrática, ha acuñado un término para designar este tipo de regímenes híbridos: autoritarismo competitivo. Su principal característica es que el grupo en el poder no viola abiertamente las reglas del juego democático, sino que recurre a medios más discretos como la corrupción y la amenaza para afianzarse en el poder (The Rise of Competitive Authoritarianism, Levitsky and Way, 2002, 53). Para ello se vale de las autoridades fiscales, judiciales, y otros entes burocráticos capaces de intimidar y neutralizar a quienes considera sus adversarios desde una supuesta “legalidad.”

Antes de llegar a estos escenarios, sin embargo, habremos de transitar por un régimen híbrido que combine ciertos rasgos democráticos con expresiones autoritarias.

Eso y no otra cosa ha hecho AMLO desde su llegada al poder en diciembre de 2018: atacar instituciones e invididuos que él ve con malos ojos pero son claves para la vida democrática del país. Utilizando el poder que le da su investidura, ha vilipendiado al Instituto Nacional Electoral (INE) y a su consejeros un día sí y otro también. A Ciro Murayama le negó cualquier autoridad por defender la actuación del INE en 2006; y a su actual presidente, Lorenzo Córdova, le dejó plantado ante su exigencia de aclarar el uso de recursos públicos para promocionarse. Lo que es más, AMLO ya ha amenazado en reducirle el presupuesto al INE sustancialmente. No es el único caso. Al Instituto Nacional de Acceso a Ia Información (INAI) le amenazó con cerrarlo pues considera que su trabajo son “puras simulaciones.” Del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) ya ni hablar, después de semanas de amenazar con cerrarlo y acosar a su ex director, Gonzalo Hernández Licona, el CONEVAL hoy a perdido buena parte de su credibilidad.

En últimas fechas, sin embargo, ha habido dos eventos que refuerzan la idea del rumbo que el país ha tomado hacia un autoritarismo competitivo. El primero es la renuncia del ministro Eduardo Medina Mora a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, misma que se dio en la más absoluta opacidad. Vale recordar que el artículo 98 de la Constitución señala que las renuncias de los ministros “solamente procederán por causas graves; serán sometidas al Ejecutivo y, si éste las acepta, las enviará para su aprobación al Senado.” Nada de esto sucedió. Al momento de escribir estas líneas no conocemos las razones por las que el ministró Medina renunció. En su escueta comunicado omite sus razones. El presidente tampoco dio explicaciones y se limitó a aceptar la renuncia como si de un chofer se tratase, no sin antes aclarar que “Yo no di instrucciones de que se le acosara para que renunciara, es una investigación que tiene la Fiscalía General.” Disculpa no pedida, culpa manifiesta.

En últimas fechas, sin embargo, ha habido dos eventos que refuerzan la idea del rumbo que el país ha tomado hacia un autoritarismo competitivo.

El segundo evento fue la aprobación de la revocación de mandato presidencial. Más allá de la incertidumbre política que este esperpento introduce en nuestra vida pública, su aprobación rompe con una norma fundamental del país: el sexenio sin reelección. Desde 1934 en que por última vez se reformaron los artículos sobre el Ejecutivo, los tiempos de la política mexicana ocurren en seis años —tiempo bastante largo por cierto. Ya no más. La reformas a este artículo abren la posibilidad a subsecuentes modificaciones que permitan la relección de AMLO –sea abierta o embozada. No es una exageración. Si algo hemos aprendido de él en estos veinte años que lleva en primera fila de la política, es que dispone de paciencia y tenacidad para lograr sus ambiciones. Hoy se aprobó la revocación de mandato, mañana será su extensión. Al tiempo.

Y a todo esto, ¿por qué tendría que importarnos si vivimos en una democracia o bajo un autoritarismo competitivo? Por muchas razones, pero destaco dos. Primero, porque dificulta que se cometan costosos errores —como la cancelación del NAIM. Segundo, porque los regímenes autoritarios o semi-autoritarios nos hunden en la simulación y vacían de significado las palabras. Juzgue usted si no: el lema del PRI hegemónico en el siglo veinte fue “Democracia y Justicia Social.”

 

Caveat lector: The opinions expressed in this blog are strictly personal, and do not necessarily reflect the views of Global Brief.

Caveat lector: Las opiniones expresadas en este blog son estrictamente personales y no reflejan necesariamente las posiciones de Global Brief.

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