Sáhara Occidental: un conflicto no resuelto más
La tensión ha acabado produciendo un desbordamiento de la violencia en el Sáhara Occidental, un territorio cuyo estatuto definitivo está aún por definir aunque la Comunidad Internacional muestra desde hace casi dos décadas una escasísima voluntad de lograrlo.
El surgimiento de un campamento de protesta en las proximidades de El Aaiún, la capital del territorio, y la intervención de las fuerzas de seguridad marroquíes para desmontarlo algunas semanas después ha supuesto la entrada en una nueva fase del conflicto. Hasta entonces la situación podía describirse, simplificando mucho las cosas, según los siguientes parámetros. La legislación internacional no se aplicaba, algo que no es nada nuevo por otro lado pues podríamos dar infinidad de ejemplos en otras latitudes del mundo; el papel de la ONU venía teniendo una visibilidad escasa, con una Misión sobre el terreno que hace poco, la MINURSO, sobre todo si la comparamos con otras misiones desplegadas en otros lugares del planeta, y con un Consejo de Seguridad que le viene renovando periódicamente el Mandato pero sin tratar de apostar por fórmulas imaginativas que puedan desbloquear la situación; el Frente Polisario trata de arañar más y más reconocimientos internacionales para la República Árabe Saharaui Democrática, la RASD, y exige la celebración del referéndum de autodeterminación en su día prometido; y, finalmente, el Reino de Marruecos se afana por consolidar la ocupación del territorio tratando de contrarrestar al Polisario y ofreciendo últimamente un plan de autonomía como herramienta jurídica, aunque de derecho interno marroquí, para lograrlo.
Mientras todo esto ocurre, y estamos hablando de dos décadas de bloqueo y de casi quince años previos de guerra convencional, la situación sobre el terreno ha ido cambiando en términos humanos. Marruecos ha colonizado desde el año 1976 el territorio con colonos marroquíes y ha tratado de atraerse a saharauis. Todo ello le ha costado mucho tanto en términos económicos como de compriso político y militar pero el problema es que con la acumulación de generaciones que, todas ellas, quieren ver definido su futuro en términos de avance, lo que Marruecos ofrece es cada vez menos atractivo. De todo ello se deduce que el desaliento crece, y no sólo entre los saharauis de la diáspora que ven que Marruecos no cede y que el Frente Polisario no logra avances relevantes, sino también entre la población del territorio, donde empiezan a crecer las desigualdades entre unos y otros dentro de la población que, en principio, aprueba el escenario de ocupación marroquí.
Los brotes de violencia han sido calificados desde distintas posiciones de Intifada, y podríamos afirmar que tienen algo en común con la Primera Intifada palestina, la de diciembre de 1987, sobre todo su carácter espontáneo, de protesta no sólo contra Marruecos sino contra la situación en sí entendida en términos globales. El uso de la fuerza por Marruecos podrá apagar este estallido pero no acabará con la insatisfacción. Ahora que el bloqueo sigue siendo frustrante, y que además se adereza con violencia, no está de más recordar que en 2003 se habían logrado importantes avances diplomáticos para intentar desbloquear la situación con el llamado Plan Baker Modificado.
Este texto, que Marruecos rechazó entonces, ya recogía la posibilidad de una autonomía pero no como fin último sino como fase transitoria hasta llegar a un momento en el que se celebraría el referéndum de autodeterminación. Si tal Plan u otro similar pudiera ser recuperado, y esto es altamente improbable dada la posición marroquí, ese quinquenio de autonomía podría servir para que Marruecos se esmerara en conseguir convencer a la población saharaui originaria, que en su inmensa mayoría está en el exilio, de que ofrece algo aceptable, y permitiría al Frente Polisario poder poner en aplicación su modelo de Estado en términos de concurrencia. Todo ello requeriría, siempre que las partes en conflicto lo aceptaran, de un fuerte compromiso internacional para proteger el proceso y permitir que fuera limpio y equilibrado. Lo cierto es que asumimos que es mucho pedir, pero estamos en un momento en el que, aparte de inventariar el deterioro progresivo de la situación, debemos de hacer esfuerzos si queremos vislumbrar una salida constructiva al mismo.
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