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Nacionalismo mexicano rancio

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Nacionalismo mexicano rancio

Del sainete de la exclusión del Rey de España en la toma de posesión de Claudia Sheinbaum, me quedo con las declaraciones de dos insignes señorías de las Cortes Españolas: los diputados Gerardo Pisarello y Gabriel Rufián. El primero señaló en su red social X sobre esta exclusión: “Dos veces el presidente @lopezobrador_ pidió al Rey de España que se disculpara por los desmanes de la conquista. Ni siquiera respondió. Es lógico que la presidenta @Claudiashein deje claro que México no es un pueblo de súbditos, sino una República de mujeres y hombres libres.” El segundo apenas atinó a decir “Viva México, cabrones!” (sic). Para quienes no lo sepan, Pisarello es originario de Argentina y miembro de diversas organizaciones soberanistas de izquierda en Cataluña. Por su parte, Rufián es portavoz de Esquerra Republicana de Catalunya, partido que abiertamente propugna la secesión de esta Comunidad Autónoma del resto de España.

Del sainete de la exclusión del Rey de España en la toma de posesión de Claudia Sheinbaum, me quedo con las declaraciones de dos insignes señorías de las Cortes Españolas.

Ciertamente, en una democracia como la española, incluso aquellos que buscan su destrucción deben tener cabida. Tolerar al intolerante es la grandeza y la paradoja de una democracia. Y aunque eso es cierto, también es obligación de los defensores de la democracia señalar los peligros que la acechan. En México, por desgracia, esto ocurrió demasiado tarde. Pero volviendo a los señores Pisarello y Rufián, vale decir que, más el segundo que el primero, promueven un nacionalismo y/o soberanismo que chirría de rancio por provinciano, insular, autoritario y excluyente. Un nacionalismo que, sin embargo, logra presentarse exitosamente como “progresista” y captura el entusiasmo y la rebeldía frente al status quo. “Son los tiempos”, dirán algunos. El escritor español Arturo Pérez-Reverte lo señala claramente: “Lo maman desde pequeños en la guardería y el cole —piratas buenos, lobos entrañables […]—, y les parece normal.”

En una democracia como la española, incluso aquellos que buscan su destrucción deben tener cabida. Tolerar al intolerante es la grandeza y la paradoja de una democracia.

En México, desafortunadamente, avanzamos por los mismos pasos: la izquierda mexicana, que se imagina súper progresista, humanista e inteligentísima, se ha abrazado en los últimos años al nacionalismo mexicano más rancio imaginable. Es una de las herencias más negativas de López Obrador, quien en seis años de gobierno salió del país sólo ocho veces, en línea con su absurda premisa (no se le puede llamar de otra forma) de que “la mejor política exterior es una buena política interior.” No solo eso: en palabras y hechos, AMLO y su sucesora recurren una y otra vez a la manida idea de que toda la reserva de valores del país reside en nuestro pasado prehispánico. No les culpo de haberse inventado esta idea (es lo que nos enseñaron a todos en la escuela primaria), pero sí de haberla llevado a un punto superlativo, con consecuencias en la política exterior del país.

La izquierda mexicana, que se imagina súper progresista, humanista e inteligentísima, se ha abrazado en los últimos años al nacionalismo mexicano más rancio imaginable.

Y como muestra, el actual sainete: empeñada en estas ideas, nuestra flamante presidenta desdeñó al Jefe de Estado de una democracia moderna y plural, una figura influyente en Europa y América, que además representa a una institución clave en la transición democrática española. La monarquía parlamentaria, encarnada en el Rey, es parte de un orden constitucional votado por todos los españoles en 1978, y que reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones de España. Frente a esa opción, la presidenta Sheinbaum prefirió asociarse con la chocante presencia de Pisarello, quien en sus posicionamientos políticos se sitúa contrario a esa democracia y orden constitucional que ciertamente garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades, pero también la solidaridad entre todas ellas.

La monarquía parlamentaria, encarnada en el Rey, es parte de un orden constitucional votado por todos los españoles en 1978.

Gracias a Jeremy Corbyn, miembro del Parlamento del Reino Unido, dirigente del Partido Laborista, y a los diputados españoles Gerardo Pisarello.” ¿Qué necesidad había de ensalzar a un diputado cuando se podía haber invitado a un Jefe de Estado? No ganamos para vergüenzas en México con estos señores en el poder.

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