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Pandemia y posverdad en México

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Pandemia y posverdad en México

Escribía en este mismo espacio a finales de marzo que la reacción del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) frente al COVID había sido errática, debatiéndose entre proteger a la población o la economía. Eso fue en marzo. Para abril la estrategia quedó clara: volar fuera de la realidad.

Conforme la pandemia avanzó y los muertos se acumularon, AMLO buscó refugio en una narrativa alterna. ¿Cómo se logra eso? Se requieren dos cosas: medias verdades y mentiras completas.

Las primeras se sostienen en el manejo opaco de la información por parte de las autoridades sanitarias bajo la dirección de Hugo López-Gatell. México ocupa el último lugar en pruebas de COVID entre países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) con 0.4 por cada mil habitantes. ¿Cuál es la justificación que ofrece López-Gatell? Cito literalmente “aplicar pruebas de Covid-19 a toda la población sería un desperdicio de tiempo, de esfuerzo, de recursos” puesto que “ningún país sabe exactamente cuántos casos tiene de Covid-19.” Las pruebas no son para eso sino para rastrear casos, identificar actividades de riesgo, y prevenir más contagios.

Pero no se puede topar el sol con un dedo: México es el país de América Latina y el Caribe con la tasa de letalidad más alta entre las personas afectadas por COVID de acuerdo a la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Cuestión de aritmética: a más pruebas, más casos positivos y proporcionalmente una letalidad menor. Eso no es lo peor: México registró en septiembre un exceso de mortalidad del 59 por ciento respecto a lo esperado en 2020. Las cifras espantan: hoy hay 122,000 muertes más de lo esperado en lo que va del año. Las cosas van tan mal que el escenario más catastrófico para el país que el propio López-Gatell estimaba en 60,000 muertes, fue rebasado el 22 de agosto pasado. Hoy vamos en 83 mil y contando.

México es el país de América Latina y el Caribe con la tasa de letalidad más alta entre las personas afectadas por COVID.

Este panorama trágico y desolador, López Obrador lo entendió como una oportunidad para sus adversarios. Este es un político que entiende la política en términos schmittianos: amigo o enemigo, una crisis mía es una oportunidad suya. La pandemia es ciertamente una crisis para él y ha intentado esquivarla, acallarla, transformarla en otra cosa. En ese esfuerzo ha llegado a lo inverosímil: ha presentado su estrategia sanitaria como un éxito de su gobierno. El pasado 9 de junio, ya con casi 125 mil infectados y 15,000 muertos, señaló que “México da ejemplo al mundo en control de epidemia de COVID-19.”

López Obrador entendió la pandemia como una oportunidad para sus adversarios. Este es un político que entiende la política en términos schmittianos: amigo o enemigo.

Sobrepasado el gobierno, López Obrador ha creado una realidad alterna basada en una falacia post hoc que ya adelantaba en mi artículo de marzo: “si no hubiéramos hecho lo que hemos hecho, estaríamos mucho peor.”

La orden es proteger los flancos débiles así sea con una argamasa de mentiras. Y la lista es larga. En marzo señaló que para abril ya había pasado lo peor; para abril que se había podido “domar” la pandemia; en mayo, con récord de contagios diarios, se reafirmó al decir que la pandemia se superó; en junio recomendó salir y “recuperar la libertad;” en julio que ya íbamos de salida; en agosto se congratuló al calificar de “muy buena” su estrategia frente a la pandemia; y en septiembre pasado con 70 mil muertos que la pandemia había tratado mejor a México que a otros países. A cada bofetón que la realidad le impone, AMLO huye hacia adelante. Para terca realidad, terco y medio presidente ha de pensar.

La lectura política de AMLO de la situación actual no es del todo equivocada: la pandemia es la crisis más grave que hemos enfrentado los mexicanos quizá en un siglo. Y sí, el juego democrático establece que para la oposición cuanto peor, mejor. Eso sucede en cualquier democracia. AMLO lo sabe muy bien, una mirada superficial a su larga trayectoria como opositor recalcitrante lo demuestra.

La lectura política de AMLO de la situación actual no es del todo equivocada: el juego democrático establece que para la oposición cuanto peor, mejor. Él lo sabe muy bien al haber sido un opositor recalcitrante.

Un político astuto y experimentado como él seguramente advirtió que la pandemia significaba el fin de sus ambiciones sexenales. El país está hoy con las arcas públicas vacías, los niños sin escuelas, y mucha gente sin trabajo. La realidad es tan brutal, tan inesperada, tan hiriente que frente a eso a veces no queda sino mirar hacia otro lado. En el caso de AMLO prefiere mirar al pasado, lo que él llama el viejo régimen y que no es otra cosa que los gobiernos democráticos que precedieron al suyo. Todos los días en sus conferencias les denigra como una era de oscurantismo donde campeaba la corrupción y el neoliberalismo. Es frente a ese espejo deformado que el presidente se mira cada mañana y se gusta, saca pecho y energías para afrontar otra jornada de malas noticias que ya de constantes no impresionan. Allá afuera de Palacio Nacional la realidad, dura y terca, continúa. La gente cruzará la Plaza de la Constitución buscando el diario sustento. Los que pasan la treintena quizá recordarán otras épocas cuando otros partidos gobernaban y, contra lo que dice AMLO, había movilidad social y eran tiempos más felices.

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