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México en el Consejo de Seguridad de la ONU: vuelve la mula al trigo

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México en el Consejo de Seguridad de la ONU: vuelve la mula al trigo

México regresará en 2021 al Consejo de Seguridad de la ONU como miembro no permanente y, como ya sucedió en el pasado, lo hace por la razón equivocada: suponiendo que su elección es un espaldarazo internacional al gobierno en turno, ignorando de esta forma los riesgos geoestratégicos que está asumiendo de gratis.

México regresará en 2021 al Consejo de Seguridad de la ONU ignorando los riesgos geoestratégicos que está asumiendo.

Las ansias mexicanas de pertenecer al Consejo son de nuevo cuño y se remontan al final de la transición democrática (1977-1996). Antes, bajo el autoritarismo del Partido Revolucionario Institucional (PRI, 1929-2000), el país fue renuente a participar en él por varias razones. Por un lado, su ausencia abonaba a una imagen internacional de país no-alineado. Por otro, se quería evitar comprar pleitos ajenos. La lógica de ese temor era impecable: México estaría sentado en una mesa partida en los dos bloques de la Guerra Fría y tendría que tomar partido en conflictos extranjeros, ganándose irremediablemente la enemistad de las grandes y medianas potencias. Era quedar mal con Dios y con el diablo.

Las ansias mexicanas de pertenecer al Consejo son de nuevo cuño y se remontan al final de la transición democrática (1977-1996).

El temor a participar en el Consejo se ajustaba además a lo que en los años del PRI se dio por llamar la doctrina Estrada, en referencia a Genaro Estrada, Secretario de Relaciones Exteriores durante la presidencia de Pascual Ortiz Rubio (1930-1932). Grosso modo, esta doctrina sostenía que México se abstendría de reconocer la legitimidad o ilegitimidad de gobiernos extranjeros surgidos de movimientos revolucionarios. Aunque noble en sus principios, la doctrina Estrada también fue utilizada por los gobiernos priístas para evitar el escrutinio internacional. Y no fueron pocas las violaciones de derechos humanos que cometieron.

Los impulsores de la transición democrática mexicana fueron muy críticos con la doctrina Estrada y el aislacionismo mexicano pues entendían, correctamente, que la comunidad internacional estaría de su lado frente al autoritarismo priísta. Muestra de ello fue el gran entusiasmo que la victoria de Vicente Fox Quesada del Partido Acción Nacional (PAN) en el año 2000 generó en la comunidad internacional. El embajador de Estados Unidos en aquel tiempo, Jeffrey Davidow, refiere divertido en sus memorias cómo México pasó en un día de ser considerado en Washington una aberración política a ser un estandarte democrático.

En ese contexto, y a instancias del canciller Jorge G. Castañeda (cuyo ego es más grande que su inteligencia), el gobierno de Fox decidió que era buena idea buscar un asiento en el Consejo de Seguridad para el nuevo México que ellos imaginaron parir. Cual ansiosas doncellas, querían mostrar al mundo que el país había alcanzado la mayoría de edad democrática.

Cual ansiosas doncellas, el presidente Fox y su canciller Castañeda querían mostrar al mundo que el país había alcanzado la mayoría de edad democrática.

La elección de México al Consejo en aquella ocasión no fue tarea fácil pues la República Dominicana había ya presentado su candidatura con antelación, lo que generó molestia en círculos latinoamericanos. México en comparación empezó su campaña muy tarde, pero sus nuevas credenciales democráticas y su cercanía con Cuba le permitieron amarrar votos a expensas de los dominicanos. Para mediados del año 2001, era ya evidente que México había conseguido los apoyos necesarios y era sólo cuestión de tiempo para que ocupara su flamante asiento en el Consejo. Un éxito diplomático de Fox y Castañeda que se solazaban en la buena voluntad que el México democrático inspiraba, y ya se soñaban emergentes líderes mundiales.

En eso andaban cuando llegó el día 11 de septiembre de 2001.

Sin deberla ni temerla, México fue lanzado a ser partícipe de la organización de un nuevo orden mundial. Fue, literalmente, un bautizo de sangre. Sin mayores fanfarrias se formalizó la inclusión del país al Consejo el 8 de octubre de 2001 con 138 votos a favor por 40 para la República Dominicana. Para enero de 2002, el país era oficialmente miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU.

Sin deberla ni temerla, México fue lanzado a ser partícipe de la organización de un nuevo orden mundial.

Y sucedió lo que los priístas de antaño se temían: México fue puesto a decidir cuestiones que escapaban de su órbita, como lo fue la invasión de Estados Unidos a Irak. En aquella ocasión, el país tuvo que decidir entre apoyar a Estados Unidos o buscar una salida pacífica. El Consejo se partió en dos sobre esta cuestión y correspondió a los dos países latinoamericanos, México y Chile, soportar la enorme presión de decidir en un sentido o en otro. Fox optó por una solución pacífica y, para todo efecto práctico, la relación con Estados Unidos y la buena voluntad que había entre él y Bush hijo se esfumaron. Bush se sintió personalmente traicionado y nunca se la perdonó a Fox.

México fue puesto a decidir cuestiones que escapaban de su órbita, como lo fue la invasión de Estados Unidos a Irak.

El cálculo de Fox y Castañeda les salió mal. Buscando un perfil doméstico e internacional acorde a sus delirios de hombres nuevos, lo que en realidad lograron fue emponzoñar la relación con Estados Unidos, esa sí vital para México.

Hoy, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, comete el mismo error por las misma razones: este es un presidente que se imagina el padre de un nuevo tiempo y portador de una legitimidad especial. Y tropieza con la misma piedra que Fox y Castañeda: suponer que el Consejo de Seguridad es un club social para países con méritos especiales, y que ser votado para ocupar un asiento supone un espaldarazo internacional a su gobierno.

No es el caso.

El Consejo es un espacio para formar bloques y alianzas internacionales para decidir sobre asuntos gravísimos, de vida o muerte, que pueden o no afectar directamente al país. Si AMLO y sus adláteres (pienso aquí en el canciller Marcelo Ebrard, que para todo efecto práctico es el vice-presidente del país) buscaron ese asiento como una forma de dotarse de apoyo internacional, mal hicieron y lo pagarán caro —tal como le pasó a Fox. Si lo buscaron porque están determinados a alinearse con un bloque geopolítico específico —y aquí el único que vale es Norteamérica— para defender sus intereses estratégicos frente a otros bloques, que sepan que van a tener que pisar callos. Por cierto ¿cómo se dice callo en chino? ¿Y en uyghur? Quiero pensar que alguien en la Cancillería lo sabe.

En este mundo nuestro tan convulso ningún apoyo sale gratis, y el que se mete de redentor termina crucificado.

 

Caveat lector: The opinions expressed in this blog are strictly personal, and do not necessarily reflect the views of Global Brief.

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