Ahmadinejad y Chávez, otra vez
Para quienes no siguen de cerca la actualidad latinoamericana, la actual visita del presidente iraní a cuatro países de la región puede sorprender. ¿Qué designios perentorios puede tener Ahmadinejad para llevarlo a un continente distante, con el cual no comparte idioma, religión, historia ni retos geopolíticos? Según Andrés Oppenheimer, el reconocido columnista del Miami Herald, existen dos teorías en el seno de la comunidad diplomática estadounidense para explicar la gira de Ahmadinejad: la primera sostiene que se trata de una demostración de fuerza del líder iraní, atreviéndose a provocar agresivamente a los Estados Unidos desde su propio “patio trasero”; la otra teoría, al contrario, la interpreta como un signo de debilidad, el gesto de desesperación de un régimen tan aislado que solo puede contar con sus aliados indefectibles, otros “parias” del sistema internacional visto desde Occidente: Venezuela y Cuba, junto a dos notorios cófrades del proyecto bolivariano: Ecuador y Nicaragua.
Las dos perspectivas son válidas y merecen ser consideradas, no tanto en sus aspectos militantes (pues es obvio que ambas lecturas desde Washington presuponen, de manera harto simplista, el carácter intrínsecamente maligno y amenazador de todos gobierno juzgado “antiamericano”), como en lo que destacan para ayudarnos a entender ciertas dinámicas globales. La idea misma de concebir al mundo como un espacio ordenado por una grilla de tipo amigo/enemigo y fuerte/débil nos ilumina sobre las dificultades que gobernantes y analistas tienen para pensar la realidad multipolar de este nuevo siglo. Quiero decir con esto que las categorías amigo/enemigo y fuerte/débil se aplican inevitablemente desde una postura rígida y autocentrada: “mi” amigo o enemigo, fuerte o débil en lo que a “mí” concierne. Esto es evidente, pero de ningún modo banal: claro que la fuerza y la debilidad de un país y su dirigencia pueden ser evaluadas hasta cierto punto según parámetros objetivos (electorales, económicos, militares, etc.), pero tal evaluación es altamente dependiente de los propios intereses y de la percepción positiva o negativa (ideológicamente hablando) que se tiene del otro.
Mi intención no es entrar en un debate teórico sobre los principios que orientan las relaciones internacionales, sino de subrayar que el análisis puede ser desplegado desde distintos puntos en el mapa. Por ejemplo, invirtiendo el esquema, podríamos preguntarnos si la visita del presidente de Irán a Venezuela – justamente en esta coyuntura – no expresa en alguna medida el ocaso de los Estados Unidos en lo que hace a su influencia hemisférica. ¿Pero hace falta concluir entonces que un retroceso de la superpotencia implica un “avance” del adversario? No necesariamente. Más allá de ciertos convenios comerciales, de inversión y de intercambio tecnológico, el encuentro de Ahmadinejad con Chávez, Ortega, Correa y Castro no representa de ningún modo un paso en la constitución de un verdadero bloque de poder. Aunque es posible que existan elementos concretos de apoyo técnico y material mutuo, es improbable que existan progresos significativos en torno al desarrollo nuclear, principal inquietud de los Estados Unidos en cuanto a Irán.
Todo esto tiene más de simbolismos y de retórica que otra cosa, tanto en Washington, como en Caracas y Teherán. Pero los simbolismos no son inconsecuentes: la demonización que hacen los Estados Unidos de ciertos regímenes (que llevan a excesos inaceptables, como llamar a Chávez “dictador”, por más en desacuerdo que se esté con su estilo de ejercicio del poder) puede llevar a desastres, como ya lamentablemente sabemos. En cuanto a la puesta en escena de los “hermanos presidentes”, abrazándose y declarando que “nuestra arma es el amor”, el objetivo no es otro que alimentar a sus poblaciones respectivas con imágenes de vigor “anti-imperialista” y de solidaridad Sur-Sur, finalidades nada desdeñables para ambos presidentes, pues de ese discurso dependen en gran parte sus liderazgos. No voy a opinar aquí sobre el riesgo concreto que representa o no Irán ante la paz y la estabilidad internacional (un tema complicado que desborda el marco de esta breve reflexión), pero no tengo duda de que es imprudente caer en visiones ideológicamente simplistas, del tipo “conmigo o contra mí”. Desgraciadamente, en este año electoral que se anuncia brutal, muchos sectores políticos en Estados Unidos, ansiosos por afirmar su adhesión al excepcionalísimo norteamericano, parecen dispuestos a recurrir a tales reduccionismos conceptuales.
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