Los argentinos y el valor de la estabilidad
Rozando el 54% del voto popular, Cristina Fernández de Kirchner (CFK) acaba de ser reelegida como presidenta de la Argentina con el más alto porcentaje desde 1973, cuando Juan Perón ganó con casi el 62%. ¿Cómo interpretar este resultado descollante? Siempre es más fácil explicar las derrotas, o incluso las victorias que se disputan hasta el último aliento. En cambio, un triunfo aplastante puede originar las más simplistas de las tesis. Claro que no siempre tiene que ser complicado… ¿pero tenemos que contentarnos con enunciados reduccionistas como los que abundan en muchos análisis recientes? Por ejemplo:
– Argumento económico: CFK ganó porque el crecimiento sigue siendo fuerte (la gente apuesta a seguir progresando o tiene miedo de perder lo adquirido).
– Argumento político: CFK ganó porque la oposición es muy débil (la gente no respeta a los otros líderes o teme que éstos no puedan gobernar).
– Argumento social: CFK ganó porque distribuyó recursos a los sectores menos pudientes sin sacarle demasiado a la clase media o a los más ricos.
– Argumento ideológico: CFK consolidó la “hegemonía” de su proyecto político, profundizando lo realizado por su marido entre 2003 y su deceso el año pasado.
– Argumento emotivo: CFK cosechó la simpatía que provocó la muerte súbita de Néstor Kirchner.
No cabe duda de que los cinco argumentos son plausibles y demostrables, pero no más allá de cierto punto o de manera determinante. Para evaluar su potencial explicativo, debemos preguntarnos: ¿la presidenta hubiera perdido si la oposición fuera más unida y atrayente en sus propuestas? ¿hubiera perdido si la economía estuviera mostrando signos de desaceleración? ¿hubiera perdido si Néstor no fallecía antes? Podríamos seguir con las preguntas, pero creo que se hace evidente que la respuesta es sistemáticamente negativa.
Esto es, ninguno de los factores mencionados agota en sí mismo las razones del triunfo de CFK, aunque todos ellos aportan elementos a la ecuación, cuya incógnita sin embargo persiste. Desde ya, es tentador afirmar que a CFK se le dio la “tormenta perfecta”, sumándose ingredientes en una coyuntura afortunada (digo esto apreciando que la muerte de su marido no es de ningún modo una “fortuna”, pero que indirectamente contribuyó a la popularidad presidencial).
En mi modesta opinión, la confluencia de todos los factores tiene un cierto mérito explicativo, pero se me hace imposible aceptar la pura sumatoria de ellos, pues esto implicaría admitir premisas contradictorias: la gente es racional (vota “con el bolsillo” de manera autointeresada) e irracional (vota sentimentalmente “con el corazón”), se deja manipular (con el discurso y las dádivas) y opera estratégicamente (comparando a las opciones políticas y eligiendo la más ventajosa o la menos perniciosa). A fin de cuentas, ¿quién es “la gente”? Quizás algunos votan con el bolsillo, otros con el corazón, y así se componen las mayorías electorales. Pero entonces CFK y su proyecto serian algo diferente para cada grupo social, ¡lo cual desmiente la figura de la “hegemonía”!
Volvemos entonces al punto de partida. Si el lector esperaba que yo revelara al final la explicación correcta, quedará defraudado, pues no la tengo. Pero puedo agregar una dimensión que tal vez sea útil para continuar con la reflexión. La clara reelección de la presidenta indica, sin duda, que los argentinos encuentran que la situación social, política y económica es, como mínimo, satisfactoria, que perciben las alternativas como menos deseables y, sobre todo, que aprecian muy positivamente la estabilidad y la continuidad. He aquí el aspecto que quiero destacar: la Argentina no ha vivido nunca una fase sin agudos sobresaltos (o conflictos latentes) sociales, políticos o económicos tan larga como la presente: desde el 2003 hasta hoy, el país se ve a sí mismo moviéndose hacia delante, con un horizonte y una sensación de constancia. Obviamente la realidad cotidiana trae muchos desafíos a tal perspectiva, y ya algunos dibujan paralelos con la burbuja neoliberal bajo Menem. Aquella fase duró una década y prometió la estabilidad tan buscada por los argentinos, pero ya a mediados de los años 90 se presentía la crisis y el fin de una “fiesta” – la de la convertibilidad – que se anunciaba.
Hoy, el panorama es muy distinto al de la segunda presidencia de Menem. Claro que todo puede descarrilarse, entre otras cosas si los precios internacionales de la soja cayeran estrepitosamente y la Argentina perdiera ese monumental flujo de ingresos que sostiene su crecimiento y sus políticas distribucionistas. Pero insisto, sin abrir aquí juicio sobre el proyecto kirchnerista y sobre la fortaleza de sus bases (lo que dejaré para otra ocasión): dada su historia nacional, la confianza en el futuro es, para los argentinos, el bien colectivo más precioso. El voto masivo por la reelección es, al menos en parte, el reflejo de esa valoración.
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