Las lecciones inmediatas de las revueltas en Túnez
La rápida defenestración del Presidente Zine El Abidine Ben Alí por las revueltas populares iniciadas el 16 de diciembre han sorprendido a muchos, dentro y fuera del propio país y con especial incidencia en el Magreb y en el resto del mundo árabe. La huída del ya ex Jefe de Estado junto con su familia en la noche del 14 de enero, con destino a Arabia Saudí, creaba un vacío de poder que los últimos jirones de su régimen tratan de llenar en estos días, contando para ello con la oposición legal: un puñado de partidos políticos que nunca han ejercido como tales porque el autoritarismo de Ben Alí no se lo había permitido. Les toca ahora asumir responsabilidades siempre que el proceso de transición vaya adelante, y aprender en parelelo la práctica política que el régimen nunca les dejó practicar.
Tras la sorpresa vino la euforia pero la situación sigue siendo, cinco días después de la partida del ex mandatario, extremadamente volátil. Algunos incondicionales del mismo siguen resistiendo aunque sin esperanza alguna pues el antiguo régimen no volverá. Ben Alí está ya a salvo y los que no han podido huir tratan de retrasar lo inevitable pero crean el caos con ello. Se desconoce el número de muertos producidos hasta ahora y esta situación dificulta la vuelta a la normalidad. Las Fuerzas Armadas, que están en buena medida a salvo de la mala imágen del régimen, tratan de mantener el orden, mientras que los distintos cuerpos de seguridad, tradicionalmente la verdadera herramienta de represión de Ben Alí, tardarán en obtener la confianza de la ciudadanía.
En la arena política, y como suele ocurrir en estos procesos, la clase política que durante décadas fue el instrumento del gobierno y de la administración del Presidente huído, tiene que jugar un papel que el caso actual sigue siendo central. El Primer Ministro Mohamed Ghannouchi lleva una década en el cargo, es quien está contactando a las distintas fuerzas para formar un Gobierno de unidad nacional y, aunque no es persona que goce de mala reputación, sigue siendo un representante del antiguo régimen que ahora se quiere superar. Estas inercias dificultarán a buen seguro la puesta en marcha política del país pero será necesaria una gran dosis de pragmatismo por parte de todos. Los más ambiciosos, los exiliados sobre todo y cabecillas especialmente radicalizados como el islamista Rachid Ghannouchi, refugiado en Londres, o el médico exiliado en París Moncef Marzouki querrán una ruptura, pero lo que se impone es una transición con reformas progresivas. Fuera del casi partido único de Ben Alí, la Agrupación Constitucional Democrática, no hay clase política que merezca tal nombre, y no hay cuadros de la administración que no estén vinculados formalmente al partido gubernamental. De hecho, un millón de los 10 millones de tunecinos estaban y siguen estando afiliados al mismo, y lo que está claro es que ni todos ellos son corruptos ni se puede prescindir de ellos y empezar de cero. Es, salvando las distancias, la idea de borrar de un plumazo el Baas en el Irak posterior al derrocamiento de Saddam Hussein, y los errores consiguientes cometidos en muchos aspectos políticos, económicos y sociales por haber tomado tan drástica medida.
Las posturas radicalizadas deben de ser neutralizadas ahora, y especialmente las de los islamistas radicales. Aquí la experiencia es rica y sobre todo próxima: la irresponsable legalización del Frente Islámico de Salvación en Argelia, en 1989, permitió que los radicales y los terroristas se hicieran con los ayuntamientos, primero en las elecciones municipales de 1990, y que quisieran hacerse con el Parlamento en las elecciones generales de diciembre de 1991 para darle con ello el golpe de gracia a la República. Túnez no puede perder por precipitaciones e irresponsabilidades lo que de bueno queda tras 54 años de casi partido único, y lo hay.
Es tiempo también de que desde el exterior, desde la vecindad inmediata que es magrebí pero también europea meridional, se contribuya a apoyar la transición para que lleve al buen gobierno y garantice un país moderno, bien gobernado, libre de corrupción y libre también de oscuros planes radicales. Ben Alí presumió siempre de ser un muro de contención contra el yihadismo salafista y, de hecho, lo era, pero se puede luchar contra esa lacra de radicalismo y de terrorismo sin sacrificar en el camino las libertades y el futuro de la mayor parte de la sociedad. Ese es el desafío que tiene por delante Túnez: seguir a salvo del terrorismo pero con un país bien gestionado y una población que vea al fin satisfechos sus anhelos en términos de libertades y de desarrollo.
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