Incógnitas en la Península Arábiga y el Golfo de Adén
Los rumores sobre el deterioro de la salud del Monarca saudí, Abdullah, pieza más visible de una gerontocracia real que le rodea y que debe de garantizar la sucesión en el Reino que alberga a los dos primeros lugares santos del Islam, La Meca y Medina, se producen en un momento en el que el terrorismo de Al Qaida en la Península Arábiga es especialmente osado, con su frente prioritario en el vecino Yemen y con las posibilidades que le brinda la desestabilización endémica de la vecina Somalia para dibujar un escenario de deslocalización terrorista especialmente preocupante. Y lo es, además, cuando otros escenarios de activismo terrorista como son el eje Afganistán/Pakistán o el África Noroccidental no terminan de desactivarse.
El Rey Abdullah ha cancelado una visita oficial prevista a Francia, de la misma forma en que el Presidente de Nigeria hubo de cancelar su participación en la inauguración de la nueva Sesión de la Asamblea General de la ONU hace algunas semanas. Cuando los mandatarios deciden sorpresivamente quedarse en casa hay que preguntarse de inmediato el porqué. En Nigeria la razón última era la desestabilización progresiva en un contexto que debería haber estado marcado por las celebraciones del Cincuentenario de la Independencia, pero que lo está más bien por el activismo yihadista en el norte del país, activado en parte por el terrorismo yihadista salafista que golpea en el Magreb y en el Sahel. En cuanto a Arabia Saudí, preocupa como decíamos la salud del Rey pero también inquieta el activismo shií en la región fronteriza con Yemen o las ambiciosas invitaciones de Al Qaida en la Península Arábiga a incendiar toda la región del Golfo de Adén y del Estrecho de Bab El Mandeb.
Las autoridades saudíes siguen adelante con su pulso estratégico con la República Islámica de Irán para asegurarse la influencia en escenarios tanto medioorientales como centroasiáticos, y ello con el telón de fondo de unas relaciones entre Riad y Teherán que no pasan hoy por uno de sus peores momentos. Pero en cualquier caso la influencia saudí entre los Talibán o en determinados actores de Líbano, de Pakistán, de Irán, de Egipto o de Somalia, entre otros, dependerá de la energía con la que las estrategias de Riad se proyecten. Irán trata por todos lo medios de resituarse en el tablero regional de cáracter amplio del mundo islámico, y no le va mal apoyando, por un lado, el alejamiento de sectores musulmanes moderados de sus contactos occidentales y, por otro lado, tratando de contrarrestar a la diplomacia saudí en términos de influencia.
Frente a este juego de poderes entre Estados y entre visiones divergentes del Islam está Al Qaida, quien ataca tanto a la cúpula del poder saudí como a los shiíes allá donde los tiene a su alcance letal. Los atentados contra shiíes en Pakistán o en Irak y el reciente atentado también contra shiíes en suelo iraní demuestran, junto con la presión terrorista en Somalia de la mano de Al Shabab o en el Sahel de la mano de Al Qaida en las Tierras del Magreb Islámico, que su agenda es propia, autóctona y separada de las de los Estados como actores clásicos, a los que considera víctimas que tarde o temprano caerán ante su violencia.
Si la sucesión saudí acaba dando muestras de debilidad nos encontraremos con la paradoja de que este Reino podría convertirse en una víctima de aquellos actores radicales a los que, con su financiación y la transmisión de su carácter rigorista, contribuyó durante años a forjar a lo largo y ancho del mundo islámico.
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