Segundo mandato para Hamid Karzai
Tras su toma de posesión, Hamid Karzai inicia hoy su segundo mandato presidencial al frente de Afganistán. Con la sola presencia, aunque significativa, de un Jefe de Estado, Asif Alí Zardari, Presidente de Pakistán, y sentada a la derecha de este la Secretaria de Estado estadounidense Hillary R. Clinton, Karzai se dirigía a una imprensionante audiencia de líderes afganos y de funcionarios internacionales prometiendo mejoras de todo tipo que la Comunidad Internacional le exige que sean urgentes. La presencia de Zardari puede obedecer a una cortesía lógica dada la asistencia de Karzai a su toma de posesión como Presidente, en Islamabad en septiembre de 2008, pero es ante todo la muestra de que ambos hombres comparten la misma amenaza, y ello por encima de los contenciosos que sin duda afectan a la relación bilateral afgano-paquistaní.
Tras el reciente informe de la Oficina de Drogas y Crímen Organizado de las Naciones Unidas (UNODC, en sus siglas en inglés) y la evolución en términos de seguridad sobre el terreno comienza a percibirse la fatiga entre los principales valedores del régimen afgano. La violencia se extiende cada vez más hacia el norte, zona de despliegue de las tropas alemanas, y hacia el noroeste, donde españoles e italianos comparten amenazas cada vez más evidentes con estadounidenses y afganos, y el Ministro de Defensa alemán, Karl Theodor Guttemberg, advertía durante una breve visita a Kabul el pasado 12 de noviembre que su importante contingente (4.300 militares) permanecerá en Afganistán siempre que el país avance por la senda de la normalización política y de la lucha contra la corrupción.
Mientras tanto los principales contribuyentes en materia de seguridad (EEUU y Reino Unido) muestran fatiga y divisiones internas sobre la evolución de la guerra. El Premier Gordon Brown acaba de anunciar un posible repliegue parcial en 2010 y en los EEUU perdura aún el debate entre los partidarios de secundar las propuestas del General McChrystal, de incrementar significativamente las tropas, y los que defienden la idea de reforzar la presencia en las ciudades y en el norte, hasta ahora muy abandonado, y dejar de priorizar las zonas de influencia pastún, en el sur y en el este. Según los seguidores de la segunda postura el despliegue urbano daría más visibilidad a las fuerzas de la Coalición entre los afganos, reduciría las bajas y permitiría estabilizar zonas útiles del país, pero parece que estos olvidan que los verdaderos frentes de batalla están en las provincias donde por ahora sólo estadounidenses y británicos, con apoyo de canadienses, holandeses y otros efectivos, luchan por evitar que factores como el inmediato santuario paquistaní o la producción intensiva de drogas, siga gangrenando a Afganistán. En la guerra no se pueden buscar los escenarios más benignos para desplegarse sino que hay que hacer frente al enemigo donde este se ha hecho fuerte si es que lo que se pretende es derrotarle. Esto es aún más evidente si asumimos, y en esto parece que hay un amplio consenso, que el deseado horizonte de un Afganistán dotado en 2015 de un Ejército Nacional de unos 150.000 efectivos, fidelizados y pertrechados del armamento y del entrenamiento necesario para hacer frente al enemigo muy determinado que hoy tiene, parece poco realista a la luz de las dudas que la evolución política del país plantea.