Con el telón de fondo del anuncio hecho el 5 de noviembre por el Presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, de que no piensa presentarse a la reelección en las elecciones previstas para el 24 de enero, y la entrada en el Gobierno de Unidad Nacional libanés de Hizbollah, lo cual implica que habrá impuesto duras condiciones para ello, Oriente Próximo ve alejarse aún más las hasta hace algunos meses anunciadas expectativas de paz.

Mahmud Abbas percibe que la Administración Obama no se implica con la suficiente energía en el conflicto mientras Hamas sigue desafiando su autoridad y la división palestina se profundiza y, por otro lado, la posición israelí se endurece. Para enrarecer aún más las cosas, la intervención por la Marina israelí de un cargamento de armas para Hizbollah, en un buque con bandera de Antigua el 4 de noviembre, ponía bien de manifiesto la voluntad del belicoso Partido de Dios libanés de seguir contando como actor en la región. Su influencia política y militar en Líbano y su papel adicional de instrumento contundente de la política exterior iraní cobrarán más protagonismo en las próximas semanas y meses. Precisamente en el período temporal en el que se supone que la Administración estadounidense debería de dinamizar el frente diplomático, aunque este estará también ocupado en la región en hacer frente al siempre agotador desafío nuclear iraní, y cuando con la entrada en vigor del Tratado de Lisboa la Unión Europea debería de hacerse más visible, tanto dentro como fuera del Cuarteto.

Son pues tiempos muy difíciles para la región y un enorme desafío en términos de seguridad que se superpone con otras realidades como la frustrante evolución del conflicto afgano, el agravamiento aún más si cabe de la situación en Somalia y la difícil normalización iraquí. En estos tres últimos escenarios la red terrorista Al Qaida sigue mostrando su operatividad y no renuncia ni nunca renunciará a mostrarla también en las susodichas tierras de Oriente Próximo.