Crisol de Razas
Viernes 9 de octubre: En la Plaza de los Tribunales, en el centro de Buenos Aires, un hombre ruso despliega sobre una alfombra una gran variedad de memorabilia soviética, especialmente militar. Le pregunto precios. Me muestra estuches de cuero. “Este es para una Mauser”. No me sorprende que me mencione ese particular detalle. En el mundo de los coleccionistas porteños, muchas veces los objetos con reminiscencia nazi ocupan una categoría preciada. Le compro unos auriculares. Son rusos, pero “de la Segunda Guerra”, me explica. Conversamos – su castellano era bueno – y me entero de que inmigró desde Siberia hace cinco o seis años. Me deja pensando en el “Crisol de Razas”, el de esa Argentina que hace un siglo crecía frenéticamente al ritmo de miles y miles de inmigrantes, sobre todo europeos pero también de Medio Oriente y Asia, que llegaban a esta América, mucho más austral que la del “American Dream”, pero nada ajena al mito del Nuevo Mundo. La Argentina siguió atrayendo extranjeros pero, con el correr de las décadas, fueron más bien los ciudadanos de países limítrofes los que llegaron masivamente para apropiarse del sueño americano en su versión argentina: Bolivia, Paraguay, Chile, Uruguay. Sin embargo, incluso con sus terribles crisis económicas y sus infernales ciclos políticos, la Argentina nunca dejó de ser destino de inmigrantes de ultramar. Sus comunidades coreanas, chinas, rumanas, ucranianas se han nutrido y continúan nutriéndose de nuevos arribos, modestos numéricamente, pero en su conjunto nada desdeñables. Cuando el país se prepara a celebrar su Bicentenario en 2010, la pregunta sobre cómo construir un país verdaderamente pluralista y abierto a “todos los hombres del mundo”, como indica su Constitución de 1853 y aún vigente, se vuelve a plantear. La celebración del primer Centenario en Buenos Aires fue la de una sociedad que hoy describiríamos como “multicultural”, tan diversa como la New York de entonces. Ciertamente, la Argentina actual es heterogénea y admite – al menos en su discurso oficial y en una buena parte de la opinión pública – la diversidad como una realidad y un ideal. Puedo asumir que el ruso-argentino que conocí hoy se ha integrado exitosamente a ese “crisol” con el cual la Argentina del Centenario simbolizaba su progresismo. Lamentablemente, tal “crisol”, como el “Melting Pot” estadounidense, siempre tuvo en su contrato una cláusula no escrita (pero que podríamos visualizar en letra pequeña, virtualmente ilegible, aunque potente en sus consecuencias): morochos abstenerse. Muchísimos boliviano-argentinos y paraguayo-argentinos pueblan las “villas miserias” de la periferia de Buenos Aires. Todavía esperan el ingreso al “crisol” argentino.
Intersante análisis y critica , Victor. Sin embargo, me soprende que hables de la actual heterogenidad cultural de la Argentina…Yo mas bien diría que ese multiculturalismo no es de hoy pero de siempre: las numerosas comunidades autóctonas que Roca masacro y sucesivos gobiernos han ignorado, son ejemplo de esa diversidad cultural y lingüística.
Ese “crisol” o “melting pot” existe también en las provincias, ¿o es un fenómeno meramente bonaerense? Saludos!
Juan, por supuesto que estoy de acuerdo contigo: la Argentina de ayer era también “multicultural” (si podemos emplear tan anacrónicamente ese término). La diversidad existía, bajo otras formas y con otros componentes, así como una “amalgama” diferente, y también un cemento (para seguir con las metáforas ingenieriles) que la mantenía unidas y que correspondía a las ideas de su época (por ejemplo, las que jerarquizaban a las “razas”, las que ponían al Estado y la Nación ante todo, las que promovían una asimilación sin matices…). La Argentina “multicultural” de hoy – eso es lo que quería subrayar – está más cómoda con su diversidad inherente y, en ciertos ámbitos, la favorece y la valoriza. La gente, claro está, se siente más segura y autorizada para marcar su identidad particular, sea ésta étnica, religiosa, lingüística, anatómica, de estilo de vida, discapacidad u orientación sexual. Pero en algunos temas hay mayor dificultad. La discriminación del “morocho”, como se denomina eufemísticamente al individuo de rasgos mestizos o indígenas, aún es muy vigente en la Argentina, y lo peor es que muchos argentinos ni siquiera son concientes de tal realidad.
Alejandro, creo que el “crisol” – como realidad social y como manera de pensar la sociedad – tuvo dominancia en ámbitos urbanos de toda la Argentina, sea en las grandes ciudades del centro del país (Rosario, Córdoba, Mendoza), como en las zonas pampeanas y patagónicas. La situación fue distinta en varias partes del norte de la Argentina, pero incluso hoy en algunas provincias con fuerte impronta hispánica y presencia indígena desde el tiempo de la colonia hay comunidades bien integradas de origen sirio-libanés, ruso, alemán… El caso de Tucumán es particularmente interesante: cuna de la Independencia argentina y tierra “criolla” como pocas, esta provincia tiene un gobernador electo con gran caudal popular cuyos padres eran inmigrantes judíos y que asume públicamente su confesión. Y no olvidemos al gobernador de La Rioja, luego presidente durante toda una década: el hijo de inmigrantes árabo-musulmanes, Carlos Menem. Dicho esto, vuelvo a mi observación: a pesar de sus obvios logros, ese “crisol” no ha dado ni da todavía cabida a los inmigrantes de origen boliviano, paraguayo, peruano…
Totalmente de acuerdo, Victor. Es mas, tu comentario me hace pensar en un familiar muy cercano que suele frecuentar lugares nocturnos para gente mayor (es decir de 60+). Una mañana siguiente a una noche de parranda, le pregunto si había bailado o conocido a alguien. La respuesta fue “Si”…lo que me dió pie al típico sondeo “Y…¿No pasó nada?”…La reacción fue inmediata: “No! Era muy morocho”.