Chávez y Gaddafi, ¿mensajeros del Sur?
Ver a Hugo Chávez y Muammar Gaddafi – dos líderes a quienes la palabra “excesivos” les queda estrecha – intercambiar profusamente abrazos, regalos, distinciones honoríficas y elogios puede inspirar la burla o el espanto. Es normal: ambos personajes parecen esmerarse en ser justamente eso, “personajes” en sus respectivas escenificaciones, en las cuales la Historia, el Pueblo y la Libertad (todas con mayúsculas y, como gritándolas) se entraman en (largos) discursos. Ya estamos acostumbrados, con ellos, a los gestos que oscilan entre la desmesura y el capricho. Uno le cambió el nombre a su país, para sumarle su adjetivo preferido. El otro le puso el nombre del primero al principal estadio de fútbol en su propio país. ¿Debemos desdeñarlos, temerles o, una operación más ardua, tomarlos en serio? Cuando hablan del “Imperio” (también con mayúscula) y firman declaraciones conjuntas redefiniendo el concepto de terrorismo, poco inciden en el mundo real de la geopolítica. Han rubricado algunos acuerdos bilaterales, pero nada indica que una alianza se esté formando. Lo importante, sin embargo, es situar esa nueva expresión de fraternidad Sur-Sur (en este caso, África-América Latina) en el marco más amplio de la búsqueda de alternativas a un sistema internacional que perdió una gran parte de su legitimidad. Los mensajeros son a veces antipáticos (o incluso deleznables) y los mensajes son inocuos, necios o, en algunos casos, francamente desatinados. Pero la idea (y la retórica que, a veces torpemente, la acompaña) de que el Sur tiene que darse su voz y hacerse escuchar en el Norte tiene enorme resonancia entre millones de personas debajo de esa línea ecuatorial imaginaria que separa a naciones ricas y pobres.