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El idioma español y la identidad hispana

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El idioma español y la identidad hispana

Con una observación estadística que ha sorprendido a más de uno en Canadá, publicamos hace poco tiempo con mi colega Jack Jedwab (director ejecutivo de la Asociación de Estudios Canadienses) un breve estudio que describe al español como “el tercer idioma más hablado”, atrás del inglés y el francés. Nadie se asombra de la importancia que cobra la lengua castellana en los Estados Unidos, pero la realidad es muy distinta en su vecino boreal. “¿Hispanos en Canadá? ¡No pueden ser tantos!”, exclaman quienes conocen, aunque sea de lejos, la trama multicultural canadiense. Las grandes minorías son asiáticas, o árabes en el caso de la provincia francófona, Quebec. Pues ¿cómo ha ganado el español ese lugar prominente en el censo de 2006? La respuesta es simple, pero revela una situación compleja y que nos obliga a reflexionar sobre las tendencias, convergentes y divergentes, en América del Norte.

Por un lado, debemos tomar en cuenta un aspecto que, si bien podría verse como meramente técnico, remite a un problema delicado: ¿de qué manera y con qué criterios clasificamos a la población? El organismo de estadísticas canadiense tomó recientemente la decisión de separar al cantonés del mandarín. Hasta el censo anterior, ambos grupos eran computados como un conjunto, el de los “hablantes chinos”. O sea que el español “salió primero” por cuestión de cálculo. Tal manipulación no dejará de suscitar, naturalmente, reacciones cínicas o irónicas: ¿cómo no poner en duda (una vez más) la capacidad de los burócratas para captar, con sus etiquetas rígidas y formularios uniformizados, toda la gama y riqueza de la vida social? No entraré aquí en el difícil e importante debate sobre la utilidad y la calidad de las estadísticas sociales para la acción del Estado (lo dejaré para un próximo comentario). Me limitaré a interrogar la validez de las categorías que usamos para designar a los que provienen de ese universo tan heterogéneo que se despliega al sur del Río Grande: ¿debemos referirnos a “latinoamericanos”, “latinos”, “hispanos”? ¿La identidad común reside, sobre todo, en el idioma? ¿Existe una “comunidad de habla española” que tendría rasgos, necesidades, intereses compartidos?

El segundo aspecto que explica el lugar inesperadamente destacado del español en Canadá es intrigante. El progreso cuantitativo del idioma de Cervantes en Canadá obedece, en parte, al arribo creciente de inmigrantes de América Latina. Pero la mayoría de quienes declaran hablar el español en Canadá (alrededor de tres cuartos de millón, un 2,4% de la población) lo manejan como lengua segunda o tercera. ¿Cómo interpretar estos datos? Hay dos razones para explicar la situación favorable del castellano en ese país: la voluntad que demuestran los hijos y hasta nietos de inmigrantes por conservar el idioma de origen de sus familias, fomentado por la promoción del “multiculturalismo”, y el deseo de muchos canadienses de aprender una lengua que les abre las puertas al resto de América. Obviamente, estos fenómenos están también presentes en los Estados Unidos. Sin embargo, si los apreciamos en términos proporcionales (es decir, tomando en cuenta las poblaciones respectivas y las cifras relativas a cada contexto), lo que ocurre en Canadá es notable. ¿Qué ventaja cualitativa tiene el español en este país, sabiendo que en los Estados Unidos su ventaja es esencialmente cuantitativa? Podemos resumirla en pocas palabras: en Canadá, el idioma español y la identidad “hispánica” no acarrea estigma social (en todo caso, no mayor que el de otros grupos “étnicos”). En tal sentido, es fascinante especular sobre el futuro. ¿Cómo serán las comunidades “hispanas/latinas” dentro de una generación o dos en ambos países de América del Norte? ¿Convergerán, en torno a su “hispanidad/latinidad” común, o se diferenciarán entre sí en función de lo que distingue como sociedades a Estados Unidos de Canadá?

 

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