Brasil en Honduras
Con el sorpresivo regreso del presidente Zelaya a Honduras esta semana, se plantean varios interrogantes. Entre ellos, hay dos que han sido relativamente opacados y que, sin embargo, me resultan esenciales para comprender lo que está ocurriendo, para prever el desenlance y para estimar los efectos a largo plazo en ese país y en la región :
– ¿Por qué Zelaya dio este paso, ciertamente audaz y potencialmente beneficioso para salir de la impasse, pero que podría haber acarreado (y todavía puede acarrear) consecuencias funestas? ¿Cuál es su estrategia y cómo evaluó los riesgos que implica tal apuesta?
– ¿Cuál es precisamente el papel que juega Brasil? ¿Cómo leer las acciones del gobierno de Lula en el contexto de la geopolítica latinoamericana y en la relación del continente con la Administración Obama?
Claro que no tengo las respuestas a estas preguntas. Sólo manejo hipótesis, pues nadie sabe lo que Zelaya piensa hacer y hasta dónde está dispuesto a ir. ¿Hubiera actuado de esta manera sin el guiño de Brasilia? Lo dudo, aunque los diplomáticos brasileños nieguen – obviamente – todo conocimiento previo. ¿Cómo se posicionan los principales actores en esta nueva situación? Los Estados Unidos dan un paso atrás, dejando al nuevo líder regional mostrar que Latinoamérica resuelve internamente sus crisis políticas, y ahorrándose el costo político de tener que mostrarse demasiado cercano a un aliado de Chávez. Brasil, más allá de sus manifestadas buenas y honestas intenciones de ayudar a Honduras y a la causa de la democracia (que no desmerezco totalmente, pero que tampoco acepto sin una dosis de cinismo), aprovecha la crisis hondureña para estirar sus músculos hasta América Central. ¡Qué buena oportunidad para Lula, discurriendo ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, de afirmarse como un poderoso factor de estabilidad del Río Grande hacia el sur del hemisferio! Cuando las cosas se normalicen en Honduras, como es de desearse, Brasil habrá dejado más que una tarjeta de visita en Tegucigalpa. El liberal Zelaya es un pragmático, un demagogo como tantos otros que eligieron la “izquierda radical” por conveniencia más que por principio. Si un Honduras post-crisis se aleja de la esfera de influencia chavista, para cobijarse bajo el ala brasileña, Obama gana, Lula gana y Zelaya, que sabrá cosechar las recompensas de una nueva alianza, gana también.
Ola, Victor
Me perecen muy pertinentes tus comentarios sobre el rol de Brasil en la crisis hondureña. A mí también me parece evidente que Zelaya jamás habría osado entrar en la embajada de Brasil en Tegucigalpa sin el previo acuerdo del gobierno brasileño. Las autoridades hondureñas lo saben y ya emitieron una dura nota condenando a Brasil por haber entregado su cancillería para servir de plataforma política a Zelaya y responsabilizándolo por todo lo malo que pueda ocurrir. La escoja de Zelaya fue bien pensada porque Brasil es el país de mayor prestigio internacional entre aquellos comprometidos (más allá del lip service diplomático) con su causa. Buscar asilo en la embajada de Venezuela (ni siquiera sé si aún está abierta) o en la de algún país de menor peso internacional habría sido extremamente arriesgado. El cálculo brasileño, como lo dices bien, es ciertamente aumentar la proyección internacional de su poder dentro de su estrategia de afirmar su hegemonía regional, y yo agregaría de aproximarse cada vez más de un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. El cálculo estadounidense se ubica en su nueva estrategia multilateral, que fue muy bien expresada por Obama en su último discurso en la ONU. Como lo dijiste, los Estados Unidos dejan a Brasil jugar un poco el rol de power broker de la región para no tener que desgastarse con un problema relativamente menor comparado a Irak, a Afganistán y a la paz en el Oriente Medio. Si Brasil hace bien su trabajo, ganará más un punto en el examen de entrada en la cour des grands. Ya había ganado un buen punto con la misión de paz en Haití, pero aún le falta más, tal vez mucho más Y es exactamente ese más que me inquieta un poco. Porque en un mundo regido por la realpolitik difícilmente un país se va a sentar permanentemente en el Consejo de Seguridad de la ONU o en un G8 aumentado apenas por su prestigio y su soft power. Si así fuera, creo que el Itamaraty podría estar tranquilo: Brasil es la mayor economía latinoamericana, es el mayor país latinoamericano en superficie, tiene la mayor populación de América Latina, estuvo del lado de los aliados en la Segunda Guerra Mundial (cuando le prometieron un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU por sus servicios y después se lo dieron a la China) y además es un país simpático que no tiene conflictos importantes con nadie. Yo creo que Brasil sabe, que el Estado brasileño sabe, que para convertirse en un país realmente grande e importante en el escenario mundial tendría que sumar el soft power que ya tiene a un hard power convincente.
El reciente acuerdo comercial militar entre Brasil y Francia es una prueba cabal que Brasil se mueve en esa dirección preocupante (ese acuerdo ya le dio a Brasil un dividendo político con el apoyo de Francia a su ambición de miembro permanente del Consejo de Seguridad, pero no me parece que ese apoyo no va ser suficiente). La prensa le dio mucha atención a la compra de los aviones Rafale por parte de Brasil, pero se olvidó de la parte más importante de ese acuerdo: la adquisición de los submarinos franceses. Eses submarinos son movidos a diesel, pero su estructura externa es capaz de servir a un submarino de propulsión nuclear. Hace mucho que los militares brasileños sueñan en tener submarinos nucleares y ahora parece que han dado un gran paso hacia ese objetivo. ¿Pero de donde va a salir la tecnología nuclear? ¿De Francia, o de algún otro país? ¿O de una colaboración entre Brasil y un otro país?
En ese contexto, el encuentro entre Lula y Ahmadinejad en la ONU me llamó la atención. Una parte de la prensa brasileña atribuye ese saludo público infeliz a un izquierdismo infantil dentro del Itamaraty, pero a mí me parece que los diplomáticos brasileños y el proprio Lula no son tan ingenuos y pueriles como a ellos les gustaría creerlo. El aprieto de manos entre Lula y Ahmadinejad fue ciertamente orquestado por razones de Estado. Lula lo reconoció cuando fue criticado por encontrarse con un negacionista y violador de derechos humanos y respondió que el aprieto de manos no fue entre él y Ahmadinejad, pero si entre el Estado brasileño y el Estado iraní. Espero que todo esto no sea más que un poco de delirio paranoico de mi parte, pero esas coincidencias pueden alimentar la imaginación de cualquier uno que lea los periódicos con un mínimo de atención.
En fin, Victor, lo que querría decirte es que en ese movimiento de Brasil hacia el soñado Brasil grande, su involucración en el imbroglio del retorno de Zelaya tiene más contornos de una opera buffa que de algo realmente grave (esperando que tendrá un resultado pacífico), mientras que su aproximación con Irán me lleva a presentir la posibilidad de algo mucho más siniestro por detrás de las sonrisas de Lula y de Ahmadinejad, con consecuencias potenciales muchos más graves para toda la región si mi imaginación un poco descontrolada y las frías razones de la realpolitk vinieran a encontrarse en la realidad.
Saludos cordiales,
Bruno
Gracias, Bruno. Es realmente muy agudo tu análisis, y ciertamente realista, aunque podamos esperar que el escenario pesimista sea el menos probable. Pero no hay duda de que Brasil está poniendo las cartas sobre la mesa, y ya no pueden quedar dudas sobre sus pretensiones hegemónicas, incluyendo la dimensión militar, en la región y a nivel global. Mi lectura es que, dentro de la gama de futuros posibles para América del Sur, un claro liderazgo brasileño no es el peor de ellos.